Un acercamiento a Virgilio
Yo me admiraba del rápido robo de la edad fugitiva y de que al nacer envejeciesen las rosas. He aquí que mientras hablo se desmaya la cabellera roja de la radiante flor y la tierra brilla cubierta de púrpura […] Nos quejamos, naturaleza, de que sea breve la gracia de las flores […] Tan largo es un solo día como larga es la vida de las rosas…
Virgilio, Rosas Nacientes.
Todo lector,
independientemente del género preferido, ha escuchado acerca de “los Clásicos”:
grandes figuras literarias que, para bien o para mal -según la crítica- han marcado
un hito en la historia de la literatura. Estas figuras, ya sean antiguas, como
los Clásicos Grecolatinos; o modernas, como los grandes autores Rusos del siglo
XIX, son inevitablemente objeto de admiración y, a la vez, de terror: uno
experimenta una sensación muy similar al vértigo cada vez que se decide a
leerlos, a acercarse a su obra. Tomar esos tomos, sin duda magníficos, e
intentar penetrar en el genio de un autor que ha perdurado durante siglos
gracias a su trabajo no es algo sencillo, y es natural que muchos de nosotros
nos sintamos intimidados por ello.
Este miedo, esta
“desconexión” que percibimos entre nosotros, lectores modernos, y los clásicos,
es una de las problemáticas que, a mí parecer, amenaza en mayor medida la continuación
de estas obras tan maravillosas. Si cada vez menos personas, más allá de los
círculos académicos o intelectuales, se acercan a leer obras de autores como Ovidio
y Virgilio, la vasta tradición y genialidad que estas mentes han aportado a la
historia del arte será ignorada por el mundo: sólo sobrevivirán pequeñas ascuas
alimentadas por la crítica académica y los lectores “intelectuales”, cosa poco
digna de obras tan bellas. ¿Cómo, pues, puede uno acercarse -y alentar el
acercamiento- a escritores y poetas que vivieron hace 20 Siglos?
Me parece que una
excelente manera de fomentar la lectura de estos autores es examinar, no las
diferencias que puedan presentar sus tiempos con los nuestros, sino las
similitudes que comparten con nosotros: toda gran literatura es universal, es
por ello por lo que las grandes obras sobreviven a las edades, haciendo resonar
su humanidad aún en personas que viven en una época separada por 2,000 años. Lo
que hace grandes a los grandes es su capacidad de hablar a todo el género
humano, de hacer que su voz sea escuchada y su mensaje entendido
independientemente de las particularidades históricas, sociales o geográficas;
así, un lector occidental puede sentirse maravillado al descubrir el vasto
mundo del arte oriental, con sus concepciones y filosofías distintas pero,
inevitablemente, con una base que apela a la propia condición humana, a
aquellas características que subyacen la existencia de cualquier persona.
Por ello, me gustaría
realizar un acercamiento breve a Virgilio, quizás el poeta latino más famoso, y
hablar acerca de él, las aspiraciones que podemos ver expresadas en su arte y,
finalmente, algunos pequeños comentarios al respecto. Para esto me parece
adecuado comentar los aspectos que a mi parecer son los más esenciales de su
obra, comenzando por su famosísima Eneida y hablando, también, de algunas otras
obras en las que he encontrado una sensibilidad con la que creo todos podemos
relacionarnos. Espero que este pequeño trabajo sirva para fomentar la lectura
de un poeta tan extraordinario como lo es Virgilio, y para que más gente se
anime a leer a los clásicos en general, que entiendan que estos, a pesar de la
distancia temporal, geográfica o cultural, también les pertenecen, que su obra
es tan suya como lo fue de los griegos, los romanos o los europeos. Dicho esto,
creo pertinente comenzar hablando brevemente acerca de Virgilio como persona,
lo poco que puede saberse de su vida como ciudadano y, también, lo que podemos
decir de su actividad como poeta.
Virgilio fue un poeta
latino, originario de Mantua, nacido en el siglo I a.C.; su poesía es quizás la
más famosa de toda la literatura latina -y, prácticamente, de los clásicos
grecolatinos, tan sólo detrás de Homero-, ya que con su obra ayudo a construir
la identidad romana, tan necesaria en el periodo de transición de República a
Imperio. Así pues, la obra de Virgilio se desarrollo plenamente en el periodo
Augusto, en la segunda mitad del primer siglo antes de Cristo, sirviendo
usualmente a la agenda política que el emperador Augusto implementó bajo su
nuevo gobierno. Me gustaría aclarar que este “servir” no debe entenderse como
algo malo, ni algo que sugiera algún tipo de engaño o manipulación
propagandística, al menos no por parte de Virgilio, pues él creía genuinamente
en el proyecto de nación que el emperador tenía pensado para Roma, y es justo
creer que el propio Augusto verdaderamente tenía en mente un cambio positivo
para la nación.
Virgilio, entonces, ayudo
con su poesía a proyectar los valores que los romanos más necesitaban, a crear
un sentido de identidad que les permitiera estar orgullosos, verdaderamente
orgullos, de su linaje, dejando de lado la rústica historia de la fundación de
su patria y, sobre todo, permitiéndoles superar las repercusiones morales y
espirituales resultado del terrible periodo de guerras civiles que se vivió
hacia finales de la República. Esta gran reforma social y moral, en la que el
poeta creía firmemente, es quizás la causa primera de la escritura de su obra
más famosa, La Eneida, un poema épico escrito a imagen de la más grande
obra poética de la historia, La Ilíada: los griegos tenían los poemas
homéricos como monumento de su pueblo, como las raíces de su cultura; emulando
esto, Virgilio construyo una obra que pretendía superar ambos trabajos de Homero,
y con ello otorgar a los romanos un pasado del que pudiesen estar orgullosos.
Así, La Eneida sigue
la historia de un héroe troyano, Eneas, hijo de Venus; quien, tras la caída de
su hogar se ve obligado, por los dioses y el deber, a buscar una nueva tierra
en que asentar su patria, la segunda Troya, esta nueva tierra será
eventualmente, por supuesto, Roma. Virgilio conecta de esta manera la historia
de la fundación del gran Imperio a la historia originaria de la civilización
griega, y al hacerlo permite que los romanos tomen -no a manera de imitación o
robo, sino a manera de relevo- el gran hilo de la historia entre sus manos,
convirtiéndose en los conductores de esta. Además, da a los romanos una moral,
un ideal ejemplificado en Eneas, el héroe piadoso, el esforzado e implacable;
piadoso en el sentido romano, lo que implica una devoción y entrega excepcionales
para con sus hermanos, sus compatriotas y sus antepasados, así como con los
deberes que uno debe llevar a cabo como ciudadano de tal nación.
Dicho esto es fácil
apreciar porque la Eneida es la obra más famosa de Virgilio y, casi sin duda, la
obra más famosa de toda la literatura latina; sin embargo, en el margen de
todas estas condiciones tan particulares, que dieron la forma general a la
obra, me gustaría resaltar las características que separan a la Eneida de
cualquier otro poema épico, latino y griego, y que sin duda se deben a la
extrema sensibilidad del autor: el aspecto sensible, emocional y humano de la
obra, y el aspecto estético. Si bien Eneas posee todas las características
tradicionales de un héroe épico -su fortaleza, su habilidad para el combate, su
fuerza implacable y su orgullo-, Virgilio crea un hombre, un ser humano, más
allá de los ideales que, por ejemplo, los héroes micénicos representaban para
los griegos: mientras los personajes homéricos tienen, siempre, como prioridad
la batalla, el honor y la gloria de la victoria, Eneas tiene cualidades humanas
que le apartan de estos héroes idealizados, que nos resultan extraños quizás
por su inagotable ímpetu y su belicosidad.
El protagonista de la Eneida
es también un guerrero maravilloso, respetado en el combate y con sus
propias reservas de gloria y fama; sin embargo, a lo largo de la obra se nos
muestran lados del héroe que nos permiten acercarnos a su lado humano, su
sensibilidad y, en última instancia, su debilidad. Eneas, caudillo griego, huye
de la destrucción de su patria a instancias de los dioses del Olimpo, quienes
le dan la tarea de fundar una nueva troya; es la piedad del héroe lo que
impulsa a llevar a cabo su difícil tarea, aún cuando a lo largo de su viaje
encuentra numerosas afrentas. Estas dificultades son, en su mayoría, las que
nos brindan los momentos de mayor brillo para la humanidad de Eneas, pues
durante ellas podemos ver que el héroe flaquea, que está cansando y anhela la
paz suya y del pequeño grupo de sobrevivientes de su pueblo; es en la presencia
de estos desafíos en que Eneas duda de sí mismo, de su deber, de las promesas
divinas, cosa que está muy en contraste con el retrato de los héroes homéricos,
siempre seguros e infatigables, dispuestos a desafiar u obedecer a los hados.
El héroe virgiliano, en
cambio, busca simplemente el descanso, y considera la renuncia en algunas
ocasiones; sin embargo, lo que vuelve a Eneas un héroe humano, un ejemplo
maravilloso de humanidad, es su perseverancia a pesar de sus dudas, de
sus debilidades, de sus propios deseos. Aún cuando al troyano le hubiera
encantado disfrutar del amor, elige la tarea designada por los dioses; aún
cuando sus compatriotas buscan el descanso, él sigue adelante por la gloria futura
de su pueblo, por la grandeza de su descendencia, no por la suya. Esta es
una cosa que me parece sorprendente: Eneas es el héroe que elige el futuro y no
el presente, que confía en la grandeza del porvenir de su gente en lugar de la
gloria propia para el tiempo propio; esto contrasta enormemente con las
motivaciones mostradas, por ejemplo, por los personajes de la Ilíada: si bien
para estos héroes el linaje y nombre de su familia era importante, muchos de
ellos combatían por la fama y la gloria propias, dispuestos a sacrificar el
presente, suyo y de sus familiares, por el renombre.
En cambio, Eneas sabe
certeramente que no será suya la gloria verdadera, no será suya la grandeza de
roma, sino que pertenecerá a los hijos de sus hijos, a los futuros hijos de
roma; y, aún cuando para él no habrá más que desafíos, batallas y tropiezos, él
continúa, siempre devoto a su tarea, siempre preocupado por los suyos, sus
amigos, sus compañeros y su pueblo. Eneas no es un guerrero, no es un rey
micénico, no es un gobernante que pone antes la gloria que el bienestar, sino
que busca el balance de ambos, aún cuando este balance yace muy por encima de
sus manos; en este sentido, me parece acertado decir que el protagonista de
Virgilio ejemplifica excelentemente un modelo heroico-humano, cuya fortaleza no
consiste en la carencia de debilidades, sino en la perseverancia a pesar de
ellas. Eneas fue para mí un modelo más inspirador que, por ejemplo, Aquiles u
Odiseo, por el hecho de que es más fácil sentirse identificado con un héroe que
falla, que duda, que teme, entendiendo que estas cosas no quitan a uno la
capacidad de ser fuerte, de esforzarse y de ser grande.
Virgilio construyo al
primer héroe humano, verdaderamente humano, entendiendo las cualidades humanas:
la sensibilidad, la susceptibilidad, las dificultades de nuestra condición. Esto
habla maravillosamente de la habilidad del poeta, pues si bien toma prestada
parte de la tradición griega que venía dada por Homero, no la toma a manera de
imitador, sino que la adapta, la transforma en una obra cercana, tanto a su
pueblo como al nuestro, el moderno; y, al transformar esta tradición, infunde
en ella una sensibilidad sin igual, una sensibilidad comprensiva, alentadora, cercana.
Esta es la razón más grande por las que, me parece, un lector moderno puede
sentirse atraído por Virgilio, por su forma de retratar el heroísmo, la
fortaleza; pues algo muy similar sucede en nuestros tiempos, debemos ser
fuertes no mediante la eliminación de nuestras debilidades, sino mediante la superación
de estas, la aceptación de nuestra condición.
Más allá de la Eneida,
más allá de la bellísima manera en que Virgilio retrata su idea de héroe, el
mismo carácter sensible del poeta es aquello que da a su obra el más grande sus
atributos: en Virgilio, y los poetas Augusteos en general, convergen una serie
de circunstancias que, combinadas con las propias personas de los poetas,
resultan en aspiraciones particularmente similares a las contemporáneas: las sangrientas
guerras civiles, la decadencia de la república, su caída, el nacimiento del
nuevo imperio y, particularmente en el caso de Virgilio, la confiscación de sus
tierras, que él tanto amaba. Todas estas circunstancias motivaron, en el
mantuano, ciertos ideales y anhelos que podemos observar dentro de su obra, a
saber: el anhelo de paz, visible claramente en la Eneida y su protagonista; y
el gran amor hacia la provincia, la vida de los campos, expreso en sus primeras
grandes obras, las Bucólicas y las Geórgicas, pero también
presente en otros poemas, como aquel que compone el epígrafe de este trabajo, Rosas
nacientes.
En general, Virgilio no
escribe acerca de temas bélicos hasta la llegada de la Eneida, su última
gran obra; antes de ella se ocupaba de temas relacionados a la vida romana en
los campos y, mediante trabajos maneras, exploraciones estéticas o técnicas de
la poesía, así como la evocación de escenas que, si bien mundanas, expresaban
una enorme capacidad de ver detrás de las cosas, de mirar las escenas y
capturar toda su belleza, la riqueza circunstancial y cotidiana de la vida. En
sus Bucólicas, por ejemplo, Virgilio retrata la vida de unos pastores
que, a la par, son poetas, cultos y refinados -quizás una clara tergiversación
de la realidad, pero aún así bastante bella- y, en sus poemas, trata desde
temas cosmogónicos, sociales y políticos, hasta elegíacos y amorosos; esto nos
da un testimonio de la riqueza temática de Virgilio, de su capacidad de mezclar
distintas aspiraciones para que, aún a pesar de la poca cercanía que algunos
podamos tener con, por ejemplo, el entorno que Virgilio recrea en las Bucólicas,
seamos capaces de empatizar con varias de las cosas que retrata.
A mí parecer, esta
apelación a “ideales” o aspiraciones universales se ejemplifica en mayor grado
en su poema Rosas nacientes, el cual es, sin duda, mi favorito de su
autoría, y con el cual me gustaría dar cierre a este trabajo. Rosas
nacientes es un poema altamente estético, que captura la belleza de una
escena de manera inigualable, enfocándose en la evocación clara, bella y
dinámica de una escena simple: la contemplación de un campo de rosales. Si bien
esta pieza tiene un enfoque mayormente estético, Virgilio combina esta
exploración técnica con una indagación elegíaca, buscando hablar acerca de la
fugacidad, de la corta duración de la gracia de las cosas, del transcurso del
tiempo y el fin de la belleza.
El tratamiento de este
tema da al poema una dimensión atemporal, combinado con su atractivo visual y
su riqueza estética, esta pequeña obra ofrece una gran oportunidad de
acercamiento a la poesía de Virgilio, quizás en su aspecto más “frívolo” o, por
decirlo mejor, en uno de los aspectos ajenos a sus grandes obras. A pesar de no
formar parte de las piezas magnas de su corpus, Rosas nacientes nos
brinda una excelente manera de conocer a Virgilio, como poeta y como humano,
como persona que explora las mismas preocupaciones que pueden asaltarnos a
nosotros, y como artista que logra el cometido de abrir nuestros ojos a la
belleza escénica de la vida, y a la apreciación, tan necesaria, del momento
presente.
Desconocido - Mosaico representando a Virgilio Encontrado en el sitio arqueológico de Hadrumetum |
Elaboró: Ángel Ricardo Núñez Martínez
FFyL UNAM - Colegio de Letras Modernas
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