Hacia una Libertad humana - Ensayo
L’homme est condamné à être libre / El hombre está condenado a ser libre.
La pregunta “¿somos libres?” es una de las más predominantes en toda la historia del pensamiento. Ha sido formulada y respondida innumerables veces por una gran variedad de disciplinas: desde la teología, hasta la ciencia, pasando incluso por el arte. No es de sorprender que esta pregunta, de apenas dos palabras, haya tenido tanta presencia en el pensamiento humano, porque ¿no es esta la cuestión más fundamental de nuestras vidas? Es decir, si analizamos a profundidad las implicaciones de la cuestión de la libertad, nos daremos cuenta de que tiene una importancia inmensa en la vida de los hombres. Responder a esta pregunta sería, en última instancia, arrojar luz sobre el corazón humano; sería responder a las preguntas que todos, atormentados, nos hacemos de vez en cuando.
¿Voy por el camino correcto? ¿a dónde me llevan mis decisiones? ¿a dónde va mi vida? Para responder a estas preguntas las personas miran hacia la Ciencia, hacia la Psicología, hacia artículos científicos que les dirán que los estudios más recientes revelan…; miran, muchas veces, hacia la religión, que les dirá que hay un plan perfecto puesto en marcha, que sus vidas importan, que deben conducirse de tal o cual manera y de acuerdo con estas o aquellas reglas. Vivimos un momento en la historia en que, como nunca, la angustia y desesperanza anidan en nuestros corazones, y las preguntas suenan con mayor fuerza a cada momento. Mientras que las respuestas que hasta ahora hemos escuchado comienzan a ser solo susurros.
La cuestión de la libertad es, esencialmente, una cuestión humana, y por ello debemos considerarlo desde nuestra experiencia, desde el sentir humano. Lo que pretende este trabajo es ofrecer, por estrecho que pueda ser, un posible camino. Así, pues, en este ensayo hablaremos meramente desde una perspectiva filosófica, el propósito dista de un debate teológico. Queremos hablar únicamente desde la experiencia humana: no venimos a hablar ni de ciencia, ni de dios. Fundamentado en conceptos filosóficos y epistemológicos de distintos filósofos existencialistas, este ensayo tiene el único propósito de ofrecer un camino para aquellos que buscan crear sus propias respuestas.
El destino y las ideas fatalistas
El concepto de la fatalidad, esto es, el de la predeterminación de la vida humana ha sido expuesto, explorado e interpretado desde la antigüedad, como puede verse en la temática de las antiguas tragedias griegas: un gran héroe, cumbre de la fortaleza humana, se enfrenta, fútilmente, al poder de los dioses y, en última instancia, al destino que estos le deparan. Los dioses crean y juegan con el destino de los hombres a su conveniencia, e incluso “para su diversión”, como diría siglos más tarde Friedrich Nietzsche, en su tratado La Genealogía de la Moral (1887). La idea fatalista encontraba, pues, su expresión, en el poder de los dioses sobre los hombres: en el poder del destino sobre el porvenir de la humanidad.
Interiorizada en la mente y teología de la civilización griega, la idea fatalista servía como unificadora de la experiencia humana con el cosmos, pues, como también lo analiza Nietzsche, los griegos concebían a sus dioses como una presencia que daba propósito a los sufrimientos humanos, explicándolos como “entretenimiento” para los Olímpicos. De este modo, los griegos ponían en las deidades la responsabilidad de sus destinos, la razón de sus tragedias, dando a su vida un significado que les unía a la existencia misma del cosmos.
La idea fatalista no solo encuentra antecedentes en la cultura griega, sino que han tenido innumerables iteraciones y transformaciones a lo largo de la historia. Pueden verse distintas encarnaciones en la astrología, la predeterminación científica y, en su aparición más predominante, la religión. No nos detendremos a debatir teología, baste decir que, aun considerando la existencia o inexistencia de un dios, la reducida perspectiva humana no nos permitiría vislumbrar la magnitud del plan universal, como explicaba Kant. La religión ofrece un sentido a la existencia humana, y es esta la razón por la que los hombres acuden a ella. Según Nietzsche, es este el propósito que la religión tiene en la vida de los hombres. Sin embargo, los tiempos modernos claman por un significado que podamos entender, uno que podamos sentir: un significado humano, más allá de cualquier teología o ciencia.
Partiremos, entonces -para los propósitos ideológicos de este trabajo-, desde la concepción que el filósofo existencialista Jean-Paul Sartre tenía en lo concerniente a la condición ontológica humana, expresada en su máxima: la existencia precede a la esencia. (1945)
Hugo Simberg - The Wounded Angel
La Existencia Precede a la Esencia
De momento bastará con resumir las consecuencias que esta máxima tiene para la condición humana. Primero, esta existencia humana, concebida antes -gracias a la teología- como una existencia dotada de propósito y de un génesis divino, es, por el contrario, totalmente carente de propósito, es decir: nuestra existencia no tiene ninguna esencia definitoria, no nacemos ni existimos de forma significativa; no tenemos un propósito predefinido, ni como individuos ni como especie. Aquí se origina el conflicto más angustiante de la existencia humana ya que, como seres que necesitan atribuir una lógica y un sentido a todo, nos encontramos ante una falta de significado en el nivel más esencial de nuestra vida.
Como segunda consecuencia de esta máxima, así como de la fundamental falta de propósito de nuestra existencia, nace la noción de significado que Sartre (1945) atribuye en su filosofía existencialista:
El hombre no es más que lo que se propone: existe tan solo en la medida en que él mismo se realiza, por lo tanto, no es más que la suma de sus acciones. El hombre no es nada más que lo que es su propia vida,
esto es, el significado de la existencia humana se crea únicamente mediante la acción humana, mediante el compromiso con esa acción y, en última instancia, mediante la propia vida de las personas.
Antes de discutir las relaciones que tienen estos conceptos Sartreanos con la perspectiva Nietzscheana de las ideas fatalistas como herramienta en el escape de la responsabilidad por nuestras acciones, nos será útil introducir la filosofía de otro existencialista cuyas preocupaciones subyacían con la cuestión de la libertad humana.
El Absurdo
Albert Camus, existencialista del siglo XX, trató en su ensayo El Mito de Sísifo la cuestión de la existencia humana y su relación con el Todo. En este ensayo, Camus nos ofrece El Absurdo, concepto que usa para referirse a la relación entre el hombre y el Universo concibiéndola de la siguiente manera:
Frente a la ausencia de dios y la irracionalidad del mundo, se manifestaba la nostalgia de unidad y de racionalidad como una exigencia propiamente humana […] el hombre se encuentra ante lo irracional. Siente en sí su deseo de felicidad y de razón. El absurdo nace de esta confrontación entre el llamamiento humano y el silencio irracional del mundo. (1942)
Así, el absurdo encarna la relación, la tensión entre el hombre -su necesidad de significado, e insistente ansia de racionalidad- y la silenciosa indiferencia del Universo. Esta estéril búsqueda de significado es bellamente ejemplificada por Camus, sirviéndose del mito griego de Sísifo: en éste un antiguo rey, a quien los Dioses Olímpicos condenaron por toda la eternidad, se ve obligado a rodar una gigantesca piedra hasta la cima de una colina, sólo para verla rodar cuesta abajo una vez llegase, condenado a repetir su calvario hasta el fin de los tiempos. En la tarea de Sísifo, dice Camus, se aprecia lo absurdo de la tarea humana: nuestra búsqueda de significado es, inherentemente, una actividad inútil y, como Sísifo, estamos obligados, por la eternidad, a repetir nuestros vanos esfuerzos.
Tiziano Vecellio - Sísifo
La libertad Sartreana en el Absurdo
Ahora conocemos las tres ideas clave para el análisis que este trabajo propone hacer en lo que respecta a la libertad humana: el fatalismo y su utilidad -desde la perspectiva Nietzscheana de conciencia y su relación con el destino- para la liberación de la angustia que nos ocasiona la perspectiva de nuestra infinita libertad -concepto Sartreano que conectaremos más a fondo con el análisis de Nietzsche-; la máxima “la existencia precede a la esencia”, y las consecuencias ontológicas que se deducen de ella; y, finalmente, el concepto del absurdo, como lo estableció Albert Camus. ¿Cómo, precisamente, pueden relacionarse estas tres ideas para construir un camino humano hacia una nueva libertad?
Nietzsche planteaba que, ante todo, el concepto de la esencia divina sirve a los hombres como escape de su responsabilidad, pues mediante ella atribuyen un significado axiomático a la moral, a la existencia del universo y a la muerte -esta última como un puente hacia una vida “más allá”-, de esta forma los hombres huyen del sentimiento angustioso que, de otra forma, les ocasionaría la completa falta de significado de sus vidas y los sufrimientos de la existencia. Esta angustia ante la falta de significado se relaciona directamente con la máxima Sartreana, pues la existencia, al no tener una esencia definitoria, es una experiencia completamente subjetiva y carente de significado supremo.
Queda, entonces, en manos de los hombres el otorgar significado a las cosas, a las experiencias, a su existencia; sin embargo, la inmensidad de esta tarea es más que suficiente para causar vértigo al espíritu humano: ¿quiénes somos para decidir el significado de la vida? ¿con qué autoridad podríamos nosotros, criaturas imperfectas y poco sabias, establecer la moral? Y, sobre todo, ¿qué valor tiene, verdaderamente, nuestra vida?
Es aquí donde vive el absurdo de Camus: estas preguntas han sido, siempre e invariablemente, respondidas con un silencio absoluto, con una total indiferencia. Esta falta de respuestas es el génesis de nuestros conceptos fatalistas, de nuestras “verdades supremas”, de nuestras ideologías que, haciendo frente a ese silencio, pretenden edificar un monumento sólido que responda a nuestras necesidades. Sin embargo, muchas ideologías nos son ajenas en tanto que se alejan de la auténtica experiencia, y sus respuestas no son verdaderamente satisfactorias para el espíritu humano.
¿Cómo, entonces, desde nuestra limitada perspectiva humana, podemos afirmar nuestra existencia, nuestro significado, nuestra vida con relación al universo? Es precisamente el existencialismo quien nos ofrece un atisbo de luz para esclarecer esta lúgubre cuestión. “El hombre está condenado a ser libre”, es esta la frase con la que inicia este trabajo, y es ésta la que mejor resume la condición actual de la humanidad. Nuestro mundo es cada vez más vasto, y nosotros más pequeños: día a día nuestras definiciones acerca de lo que nos rodea se ven desafiadas; constantemente nos enfrentamos a nueva información, a ideologías, sentimientos y creencias en directa oposición a lo que antes concebíamos como definitivo. Estamos ante una era que -como nunca en la historia de la humanidad- constantemente nos despoja de toda certeza acerca de nuestra valía, nuestro significado; por eso, enfrentados a la inmensidad de nuestra tarea, es momento de crear un camino que, lejos de regirse por conceptos ajenos al alma humana, se encuentre plenamente construido desde nuestra experiencia.
En el mundo moderno la presencia del absurdo está garantizada: tras una jornada de trabajo, nos preguntamos si el rumbo que estamos dando a nuestra vida es el correcto; nos cuestionamos si tiene sentido debatirse entre ésta o aquella carrera, nos damos cuenta de nuestra finitud y de la efimeridad de nuestras obras, y comenzamos a pensar que ‘tal vez no valga la pena levantarse hoy’, para que luego ese hoy se convierta en una semana, y esa semana en meses. Precisamente hoy, cuando estamos rodeados del absurdo, es importante escuchar acerca de la manera en que tal vez, sólo tal vez, podemos rebelarnos ante la estupidez de nuestra situación: el héroe absurdo.
El héroe absurdo no comete suicidio; él quiere vivir, sin sacrificar ni un poco de certeza, sin futuro, sin esperanza, sin ilusiones…sin resignación. Mira la muerte con fascinación fastuosa, y esta fascinación lo libera. El hombre absurdo experimenta la ‘divina irresponsabilidad’ del condenado. Sartre (1945)
La humanidad, en su irrisoria situación, debe encontrar placer en el absurdo, aceptándolo, sin resignarse a él; debe rebelarse contra ese absurdo con plena conciencia de que sus esfuerzos serán, indudablemente, estériles, de la misma manera en que Sísifo acepta su condena con desdén, sin esperanza. Esta aceptación del absurdo es, a la vez, nuestra protesta contra los dioses, un grito de rebelión en contra de nuestra estúpida situación, encontrando placer en el esfuerzo mismo, en la futilidad de nuestra tarea y en la certeza de que perderemos; sabiendo que, aun así, debemos luchar de igual manera.
La Rebelión como liberación
Grito que no creo en nada y que todo es absurdo, pero no puedo dudar de mi grito y necesito, al menos, creer en mi protesta. Camus (1951)
Camus decía que, precisamente en nuestra rebelión, en el desafío que lanzamos al silencio del mundo, radica el camino hacia una verdadera vida: una experiencia auténtica y afirmativa, que más allá de esperar una respuesta, un permiso, un “sí” dado por el universo, busca encontrar en sí misma -es decir, en la propia experiencia- la razón de su ser. Podemos encontrar un vivo ejemplo de esta experiencia afirmativa en la vida de Albert Camus: un hombre común, nacido en la Argelia Francesa -cosa que, en su tiempo era causa de alienación por parte de los franceses nacidos en Europa-, perteneciente a la clase trabajadora que, a diferencia de muchos filósofos, sentía una inmensa fascinación por la vida común, por las experiencias cotidianas que amorosamente describiría en sus ensayos Bodas (1938) y El Verano (1950).
En su filosofía, más allá de la abrumadora idea del absurdo y la desesperanzada visión de nuestra existencia en el mundo, Camus nos descubre una visión amorosa y embellecedora de la vida humana. Elogia sinceramente los días de verano, cuando los bronceados cuerpos de las personas disfrutan del regalo del Sol en la playa; describe hermosamente su enamoramiento hacia los placeres de la carne y el alma humanas, hacia las frescas tardes de la costa Argelina, donde eternamente residió su corazón. Es aquí, en la parte más íntima y acogedora de la filosofía de Camus, donde presenciamos a un hombre que, lejos de lo que uno esperaría tras leer su Mito, nos abre los ojos hacia los sencillos -pero grandiosos- placeres de la vida humana:
Si hay un pecado contra la vida consiste, quizás no tanto en desesperase ante ella, sino más bien en la esperanza por otra vida y en eludir la tranquila grandiosidad de esta vida. (1950)
Nuestra rebelión no solo yace en la aceptación del absurdo y en nuestra burla contra la indiferencia del mundo, sino también en algo íntimo, sincero, lleno de belleza y amor por la vida. Nuestro camino, nuestra libertad, no solo se encuentra en la aceptación de que probablemente, como a lo largo de la historia, nuestras súplicas por significado y razón serán ignoradas; sino que, al momento de aceptar este silencio, al momento de cesar las peticiones por significado y regocijarnos en lo absurdo de nuestra situación, también podemos encontrarnos capaces de apreciar más plenamente los sutiles y embriagadores placeres que esta vida nos ofrece.
“Vivir sin esperanza” significa, entonces, no anhelar algo más, no esperar una respuesta, no esperar que más allá de nuestra experiencia resida una justificación: no esperar que nuestra vida signifique algo más que aquello que nosotros decidimos hacer con ella. Vivamos, pues, sin esperar por la respuesta de alguien más, de un poder ajeno a nosotros; construyamos nuestra respuesta, vivamos la vida que tenemos ante nosotros: aquí, en nuestra experiencia, en nuestra vida, es donde podemos encontrar nuestra libertad. No la libertad que alguien nos otorgue, no la libertad que nos haya sido regalada, sino la libertad por la que hemos de luchar, la que debemos construir, la que podemos encontrar en la diversión, la risa; en la burla ante la tragedia. La libertad que podemos encontrar en el espíritu humano. Una libertad que, en medio de la oscuridad, baña de luz nuestro corazón.
En medio del odio, me pareció que había dentro de mí, un amor invencible. En medio de las lágrimas, me pareció que había dentro de mí, una sonrisa invencible […] Me di cuenta, a pesar de todo, que, en medio del invierno, había dentro de mí un verano invencible. Y eso me hace feliz. Porque no importa lo duro que el mundo empuje en mi contra, dentro de mí hay algo más fuerte, algo mejor, empujando de vuelta.- Albert Camus, El Verano (1950)
Ilya Repin - Demonstration on October 17, 1905
Bibliografía - (APA 7° ed.)
-Nietzsche, F. W. (2011). La Genealogía de la Moral. Un escrito polémico (3ra ed.). Alianza Editorial.
-Camus, A. (2013a). El Hombre Rebelde (3rd ed.). Alianza Editorial.
-Sartre, J. P. (2013). El existencialismo es un humanismo. (1ra ed.). Editores Mexicanos Unidos.
-Camus, A. (2013). El Mito de Sísifo (1ra ed.). Alianza Editorial.
-Camus, A. (2020). Bodas | El verano (1st ed.). DEBOLS!LLO.
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