Tabaco - Relato Corto
Mariúsha supo, ya desde la entrada al apartamento, que Iván estaba allí.
Lo supo por el olor a tabaco fresco: a lo largo de los años había aprendido a diferenciar el viejo olor a tabaco, que quedaba grabado en el apartamento, de aquel olor nuevo, delator, que emitían los cigarrillos cuando todavía estaban encendidos. También a lo largo de los años el olor a tabaco, viejo o nuevo se había fundido irremediablemente con la imagen de Iván.
Sin
embargo, también esta imagen podía manifestarse en dos maneras: una vieja,
repugnante y marchita; y otra vigorosa, seductora y juvenil.
Mientras
María estaba parada en el pasillo del edificio, con su empapelado amarillento roído en algunas partes, el olor a cigarrillo traía a su mente los recuerdos del tiempo, veinte años atrás, en que aquel olor aparecía siempre junto a la imagen de un hombre atractivo, fuerte y noble. Recordaba también, de ese entonces, los nombres por los
que solía llamarlo cuando los dos se encontraban sobre las blancas sábanas de su
pequeña habitación para estudiantes en San Petersburgo: Vania, Iván, mi Iván, mi
preciado Vánechka.
Ahora,
tras veinte largos años, después que el olor a tabaco se volviera insoportable,
nauseabundo y añejo, el único nombre que Masha podía conjurar para aquel hombre
era Vanka: dos sílabas llenas de desprecio, odio y rencor. Cuando el olor de los cigarros
se había combinado con el del alcohol, Masha no le había reclamado nada;
incluso cuando al olor del tabaco vino a unirse el perfume de otra mujer, Masha
no le había reclamado nada.
Pero,
cuando al olor del pecado, de la infidelidad, del desprecio, se había unido el
apestoso hedor a miseria e indulgencia, Mashenka no pudo evitar odiar a
Iván. Ya no era el hermoso Vánechka de la escuela de oficiales;
ya no era el atractivo e inteligente Vania con quien solía pasear por la hermosa ribera del Nevá; ahora el hombre que estaba frente a ella era Vanka: aquel que acostumbraba llegar por la
madrugada apestando a alcohol; el miserable que solía pasar las
noches llorando a los pies de Mashenka, rogando por el perdón de su “preciosa María”, mientras en su
ropa, su cabello y sus labios llevaba impreso el olor de alguna Katyusha, o tal
vez alguna Liuda, a veces incluso de ambas.
Ahora,
en la puerta al apartamento, Mariúsha odiaba con todas sus fuerzas al débil
hombre que había venido a arrebatarle a su amado Vánechka, al hermoso hombre
que alguna vez fue. Pero, sobre todo, odiaba que también le habían arrebatado a
la hermosa Mashenka, a la feliz María; odiaba que aquella bella muchacha
hubiera partido al lado de su preciado Iván. Odiaba, por sobre todas las cosas,
a la mujer histérica, odiosa y severa que había venido a tomar su lugar. Y
odiaba saber que aquella mujer, vieja y marchita, no podría partir del lado de
Vanka, porque él era su pecado, y él también era su condena.
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Edward Hopper - Summer Interior. 1909 |
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